La península de Copacabana se adentra en el lago Titicaca, acercándose a las islas del Sol y de la Luna, antiguos
lugares sagrados de los Incas. Allí, a cuatro mil ocho metros sobre el nivel del mar, la Madre de Dios quiso
acercarse a
sus hijos para así atraerlos al verdadero Dios. Lo hizo con la mayor delicadeza y respeto. Lo hizo con el amor
de Madre
que busca a sus hijos mas pequeños. Su rostro tiene rasgos indígenas y es toda dulzura con su Niño en brazos,
que
parece caerse pero no. La Madre lo sostiene segura. El Niño es el gran regalo que la madre obsequia. Así surge
el culto
a la "Santísima Virgen de la Candelaria, Nuestra Señora de Copacabana".
Es una efigie de poco mas de cuatro pies modelada enteramente en pasta de maguey y terminada en estuco. El cuerpo
de la imagen está totalmente laminado en oro fino y en sus ropajes se reproducen los colores y las vestiduras
propias de
una princesa inca. Su forma original permanece permanentemente cubierta por hermosos mantos y trajes. Su pelo
es
largo sobre sus hombros.
Fue tallada por Francisco Tito Yupanqui, descendiente del Inca Huayna Capac. Era escultor aficionado y aunque
puso
mucho empeño en su obra, era inexperto. Sus primeros intentos fueron rechazados uno tras otro, hasta que finalmente
Dios le recompensó con poder lograr esta imagen de la Virgen que fue humildemente entronizada en una pobre iglesia
de adobe y piedras el 2 de febrero de 1583, lo que hace de este santuario mariano uno de los más antiguos de
las
Américas.
El templo actual data de 1805 y la imagen fue coronada durante el pontificado de Pío XI. Con el paso del tiempo
los
fieles donaron, para adorno de la imagen, gran cantidad de valiosas joyas y el templo se llenó de regalos y
tesoros.
Riqueza que fue posteriormente saqueada por generales, presidentes y dictadores de turno. A pesar de ello, la
"Coyeta",
como la llaman los quechuas y los aimaraes; lleva al cuello, en las manos y el pecho, ricas alhajas y de sus
orejas
cuelgan valiosos pendientes de piedras preciosas obsequiados por sus devotos. En su mano derecha sostiene un
canastillo y un bastón de mando, regalo y recuerdo de la visita que en 1669 le hizo el virrey del Perú.
La imagen original nunca sale de su santuario y para las procesiones se utiliza una copia de la misma.
Es típico del santuario, basílica desde 1949, que los que lo visitan salgan de él caminando hacia atrás, con
la intención
de no darle la espalda a su querida patrona.
Su fiesta originalmente se celebraba el 2 de febrero, día de la Purificación de María, y luego se ha trasladado
al 5 de
agosto, con liturgia propia y gran celebración popular.